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Entre colores y movimiento: después de Renoir

Foto del escritor: Jessica SharonJessica Sharon

La alegría de la vida cotidiana es, en esencia, una celebración de la vida en sus momentos más simples y humildes. Es la capacidad de encontrar belleza y significado en esos momentos aparentemente insignificantes: una sonrisa, el juego de luces en la ventana, una conversación entre amigos o incluso el susurro del viento entre los árboles. Estos momentos, que no necesitan fama ni aplausos, son los que verdaderamente sostienen y nutren nuestra existencia.


En este contexto, el arte se convierte en una herramienta única capaz de captar y transmitir esta alegría. Su propósito no es sorprender o impresionar, sino recordar a su manera el profundo respeto y valor de la vida cotidiana. A través del pincel, la palabra, el movimiento o el sonido, el arte es capaz de inmortalizar lo que habitualmente queda fuera de la vista en la rutina de la vida, e invitarnos a detenernos, observar y, en cierta medida, también participar de esta alegría. Incluso si en realidad no nos movemos dentro de la pintura, el arte nos permite sentir la danza y la sensación de libertad que la acompaña. Nos invita a liberarnos de las ataduras de la realidad y a adentrarnos en los reinos del movimiento interior: una danza invisible, pero que se siente en lo más profundo del alma. Cuando miramos la obra podemos sentir como si nosotros mismos estuviéramos bailando, moviéndonos al ritmo del corazón y con una sensación de libertad que no tiene límites. De esta manera, el arte no es sólo un recordatorio de la belleza de los momentos cotidianos, sino también una puerta de entrada a la libertad interior y a una vida llena de movimiento y significado.


Para transmitir esta alegría sin caer en la superficialidad, el arte necesita honestidad y delicadeza. No se intenta aquí crear una imagen ideal o ingenua de la vida, sino revelar la riqueza y la luz que se encuentran en los pequeños detalles. Es un intento de invitar al espectador a ver el mundo con nuevos ojos, a redescubrir la felicidad que se encuentra en los momentos simples y las experiencias compartidas. En definitiva, esta celebración de la alegría cotidiana en el arte es un recordatorio de que la felicidad no siempre reside en grandes metas o logros, sino en prestar atención y agradecer lo que ya existe. Así, el arte se convierte en un puente hacia una vida más consciente, más completa y, en definitiva, más humana y real.


Jessica Sharon

Noviembre 2024



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